FRAGOR
2001. Performance musical. 90 min.
Una escena vacía y las luces cotidianas. Las luces de la autopista, de los callejones, de los comedores y las cocinas. Las luces que nosotros mismos hemos fabricado y encendido y que no sirven para iluminar, sólo para repetir algunos gestos. Los gestos tampoco dicen nada: son un código misterioso por el que vislumbramos cuerpos que quizá con otra luz podrían amarse. En este comienzo del siglo XXI nos ha quedado claro que detrás de las pantallas de las televisiones y los ordenadores no hay nada: gozo ligero de la publicidad que esconde el fragor de la nada. No hay diferencia entre la escena y la platea: todo es escena: algunos están sentados y miran; otros cantan, se mueven; otros controlan mesas de mezclas y luces. Algo así como un espectáculo postecnológico que trata de la guerra de los sexos como es ahora: una escena vacía y las luces cotidianas. Y las tinieblas. Verdaderas. No se ve nada. Se oyen los pasos de los que deberían amarse que se mueven, se buscan para luchar. El espléndido episodio de Tasso nos lo recuerda (desde hace 400 años): sólo se atraviesa la coraza del otro con una espada, sólo se reconocen los amantes en la agonía donde se mezcla el placer de la victoria y la desesperación de la pérdida irreparable. Eduard ha imaginado un después de soledad, la soledad del vencedor, su teatro vacío. La música es electrónica, ahora toda música es electrónica: Bach en el CD de casa. Y el canto es quizá la única lágrima de este espectáculo.
Música y Libreto Eduard Resina. Dirección Escénica Claudio Zulian. Soprano Carmen Sánchez, Neus Calaf. Contratenor Xavier Sabata. Espacio Escénico y Luces Claudio Zulian.
Con el apoyo del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música (INAEM).